A más de 9.000 km de mi hogar
A más de 9.000 km de mi hogar
Este verano ha sido muy diferente a todos los demás. He tenido la oportunidad de formar parte de un Proyecto precioso en Perú. Hace un par de meses que regresé y aún puedo recordar cada día.
El año pasado me quise involucrar en una misión llamada Voluntariado Vedruna. Era algo nuevo para mí y tenía una inmensa curiosidad por conocer en qué consistía. Ahora que lo he llegado a conocer puedo decir que lo repetiría sin dudarlo.
El 5 de Julio me embarqué en un avión junto a otras dos voluntarias que como yo, querían participar en esta aventura. Llegamos a Lima la madrugada del 6, y en el aeropuerto nos esperaban dos hermanas de la congregación Vedruna de Lima. Con ellas y el resto de las hermanas de esa congregación, pasamos nuestros primeros y nuestros últimos días. Nos enseñaron el Ermitaño, una zona devastada de Lima donde sólo tienen cabida las chabolas, pero también nos quisieron mostrar la cultura peruana, llevándonos a uno de los museos arqueológicos de la ciudad. La verdad es que la acogida fue insuperable.
Una vez nos acostumbramos al horario peruano (7 horas menos que en España), cogimos un autobús dirección Sullana, una ciudad de la región de Piura, al Noroeste del país. Allí era el Proyecto. Pasamos alrededor de tres semanas durante las cuales estuvimos acudiendo al ‘colegio Fé y Alegría nº 18’. Nuestra misión era impartir clases extraescolares de inglés, matemáticas y comunicación, dirigidas a los alumnos que tenían mayores dificultades para superar esas asignaturas. Todas las mañanas nos recogía una mototaxi en la puerta de la residencia de ‘Santa Úrsula’, otro colegio fundado por las Vedruna, para llevarnos a nuestro destino. Las comidas las disfrutábamos en familia con la comunidad del 9 de Octubre (el mismo barrio donde estaba el colegio). También estas hermanas quisieron compartir con nosotras lugares asombrosos, platos típicos y celebraciones religiosas y otras paganas, pero sobretodo mantuvimos conversaciones, intensas y constructivas.
Aparte de nuestra labor en el colegio, todos los sábados participábamos en otro proyecto en Los Olivos, uno de los barrios más pobres de Sullana (o mejor dicho un asentamiento humano): la ludoteca. Dedicábamos las mañanas a participar en actividades con niños desde los 0 a los 13 años. Sólo puedo decir que nos llegó muy adentro.
Ésta ha sido, en pocas palabras, nuestra misión. Pero en realidad comienza aquí, junto a las personas que me han preparado durante todo un año. Ellas me han abierto sus puertas y el corazón.
Quiero darles especialmente las gracias a Valérie e Inma, pero también a toda la Comisión del Voluntariado y a todos los Voluntarios que se han decidido a volar lejos de sus casas para vivir esto. Y por supuesto, a las dos comunidades Vedruna que nos han acogido y dado todo su cariño.
Lucía Larrosa
